Por Leonardo Depestre Catony
Hurgar entre las figuras cubanas de la cultura del siglo XVIII depara sorpresas y permite hacer “descubrimientos” muy personales, como éste, el de Francisco Javier Conde y Oquendo, un orador sagrado que, desde el púlpito, se ganó la admiración de los parroquianos y que no solo en Cuba, sino en México, dejó su nombre inscrito en la memoria popular.
El habanero Conde y Oquendo nació el 3 de diciembre de 1733, apenas un decenio después de la introducción de la imprenta en La Habana, pues el folleto más antiguo conocido en Cuba salió de la prensa del belga Carlos Habré en 1723, y —para que el lector tenga idea de los tiempos— en Santiago de Cuba, la segunda ciudad del país, no hubo imprenta hasta 1792, es decir, a las puertas ya del siglo XIX.
Júzguese la importancia de la palabra oral en aquella época y su enorme influjo en las almas de las gentes, que amén de carecer de libros, desconocían la lectura y la escritura.
Conde y Oquendo hizo estudios con los jesuitas y se graduó de doctor en Teología en La Habana. En 1770 era vicario de la Diócesis capitalina. Ejerció el magisterio en el Seminario de San Carlos (explicaba las materias de Moral y Escritura Santa). Después, sumó el título de abogado. Todo ello nos da la medida de la erudición que alcanzó este hombre, que ocupó importantes cargos dentro de la jerarquía eclesiástica.
También en España, adonde se trasladó, se justipreció su cultura. Por recomendación del Consejo de Indias, el papa Pío VI lo nombró para el Protonotariado Apostólico y se le entregó la Cruz de Oro.
Pero fue en México donde el habanero Conde y Oquendo hizo historia y se publicó lo más notable de su producción dentro de la oratoria. Se le nombró inicialmente en la Iglesia de Puebla, para después —en 1796— desempeñar el cargo de canónigo de la Catedral. Allí pronunció Conde y Oquendo las más célebres de sus piezas oratorias, entre ellas, su «Oración fúnebre» en las exequias militares celebradas en la Plaza de México, el 28 de noviembre de 1786.
Es importante reproducir la opinión del estudioso Max Henríquez Ureña, para quien «Conde y Oquendo es, en el orden del tiempo, el primer orador cubano de algún relieve», merecedor, en su época, del calificativo de «primer orador de América».
Al revisar la extensa bibliografía del predicador, descuellan algunos títulos, en particular su Disertación histórica sobre la aparición de la portentosa imagen de María Sma. de Guadalupe de México, obra voluminosa en dos tomos que se publicó en 1852-1853, algo más de medio siglo después de la muerte de su autor.
Entre sus manuscritos fue encontrado el «Discurso sobre la elocuencia sagrada», además de algunos sermones, cartas, informes, alegatos y otros varios documentos que ilustran acerca del estilo de su autor.
Francisco Javier Conde y Oquendo murió a la edad de 66 años en Puebla de los Ángeles, el 5 de octubre de 1799. Él, junto a fray José Manuel Rodríguez y José Julián Parreño, integra una curiosa trilogía de oradores sagrados cubanos que emigraron a México, donde alcanzaron notoriedad por la claridad y corrección del lenguaje, amén de su elocuencia, en tiempos en que la palabra impresa no dejaba de ser un lujo al alcance de muy pocos.
Fuente: http://www.cubaliteraria.cu
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